El día en que se dio cuenta de que no podría volver a mover los dedos de su mano derecha, Robert Schumann lloró largo y tendido. El músico alemán, que había tocado el piano desde niño e incluso había compuesto sus primeras obras con tan sólo siete años, admiraba la ejecución de los más renombrados concertistas de su época, como Paganini y Liszt, y deseaba, por encima de todo, convertirse en un virtuoso como ellos.