Asistir a una comida en el famoso ‘Mastaurant’, ubicado en Spring Street dentro del corazón neoyorquino, es una experiencia límite no apta para todo público. Desde el hecho de tener que reservar una mesa con poco más de dos meses de anticipación, el proceso por el que cada comensal pasa para degustar una cena en el primer restaurante masturbatorio del mundo, implica no sólo un potente sentido de la aventura, sino una eliminación de los prejuicios asociados con el sexo y la desnudez. Considerada como una de las experiencias más sibaritas...