Lo primero que hago cada mañana es una “salutación a mi polla”, equivalente a la yóguica “salutación al sol”. Y ciertamente mi polla comparte algo con el sol: el descomunal tamaño, la fogosidad y esa virtud curiosa de que los planetas giren en torno. La “salutación a mi polla” consiste, como era fácil imaginar, en una paja de lo más gratificante. Empezar el día haciéndose una paja es toda una declaración de intenciones. Y, sobre todo, una declaración de sobreabundancia seminal. Había un poeta que cada 31 de diciembre quemaba uno de sus poemas