Para comprobar cómo han cambiado los tiempos, basta con echar un vistazo a los programas de debate televisados. Si uno vuelve a ver una emisión de La Clave, un espacio de hace treinta años, le invadirá una sensación de irrealidad. A toro pasado, al margen de la profundidad de los debates, entonces llamados coloquios, lo que más llama la atención es que, si La Clave se comparase con cualquier programa de discusión política actual, sería como situar en el mismo plano una misa en el Vaticano con una pelea de gallos en México.