En tres días, del domingo al miércoles pasado, España comprobó que el día a día en Afganistán está lejos de las beatíficas imágenes del soldado con niño o el médico con traje de camuflaje que atiende a unos pacientes. No. Los afganos, talibanes o no, también odian a esos occidentales uniformados con una bandera rojigualda en el brazo igual que a los que portan la enseña de las barras y estrellas. Unos y otros son ocupantes. La misión de paz es un avispero a 6.000 kilómetros de distancia para los 1.500 hombres y mujeres que la componen...