Durante décadas los videojuegos han sido demonizados, acusados falsamente de ser los detonantes de asesinatos, crímenes y agresiones. Hoy día el debate está casi muerto, con infinidad de estudios que prueban la influencia positiva de los juegos y los eximen de toda responsabilidad en los actos de individuos perturbados. Pero ¿y si adoptamos la perspectiva opuesta? Los juegos, en tanto que son obras, pueden servir como medios a un fin. Fines que no tienen por qué ser positivos, y que van desde lo subversivo para provocar una reacción.