Su estilo de juego, incomprendido por sus contemporáneos, provocaba perplejidad y frustración. Su superioridad conllevó sonadas enemistades. Muchos ajedrecistas se marcaron la meta de arrebatarle el trono, pero durante casi tres décadas permaneció en él, incólume ante todos los asaltos. Fue campeón mundial entre 1894 y 1921, esto es, ¡durante veintisiete años! Una hazaña enorme; hoy sigue siendo el reinado más longevo de la historia del ajedrez, ni siquiera Gari Kaspárov se acercó a esa cifra.