En una fecha tan cercana como 1965, los atletas no solían beber agua mientras disputaban un evento deportivo. Existía la creencia (errónea) de que hidratarse podría causar náuseas y calambres. Poco después, sin embargo, una serie de estudios, como el que presentó el especialista en enfermedades renales Robert Cade, evidenció que los deportistas sudaban tanto que, al final, apenas ni siquiera orinaban. También presentaban escasa concentración de azúcar en sangre. Y que el sudor arrastraba los electrolitos (sobre todo sodio y potasio) del cuerpo.