Frente a una democracia entendida como un debate racional entre ideas, que es a lo que corresponde la idea popperiana de “destituibilidad pacífica” de los gobiernos, y a la bienintencionada suposición de que sea posible articular un debate social que mezcle de manera armoniosa los ideales y los intereses, emerge por todas partes una demanda de “reconocimiento” de colectivos sociales muy bien organizados. Esa clase de demandas rompe por principio con la idea de representación, y por eso se dedica por completo a la acción directa.