Le duele el cuerpo desde que se levanta hasta que se acuesta. Para soportarlo, lleva adherido al omóplato un parche de morfina. Acarrea en el bolso pastillas de rescate, por si el zarpazo arrecia, pero se las está autorretirando porque está tan acostumbrada a aguantarlo que, en la escala del dolor, lo que para ella antes era un 9, ahora es un 4. Aún así, los achuchones de los compañeros de partido le deben de estar fastidiando lo suyo. Pese a ello, sonríe a boca llena. Se hace la última foto con el último pesado. Ha vuelto a la arena.