El hombre no es Gary Cooper sino Lou Gehrig y esta no es ninguna película sino la realidad. Gehrig en medio del Yankee Stadium, la cabeza siempre gacha, como avergonzado, recibiendo regalo tras regalo —uno de ellos, una insignia enmarcada, apenas puede sostenerla durante unos segundos antes de tener que dejarla caer al suelo— mientras a sus espaldas forman perfectamente ordenados los miembros de los New York Yankees de la temporada 1939, sus aún compañeros, y los de la 1927, los famosos «Murderer’s Row», la fila de asesinos que destrozaron todo