Ensayaba a oscuras. Se recogía en un cuarto a ciegas, levantaba el violín y estudiaba las partituras que tenía grabadas en la cabeza mientras deslizaba el arco interpretándolas. De la ventana abierta de su buhardilla en París brotaba una música ejecutada bellamente, y la gente que pasaba por la calle se paraba absorta, fija en aquel acontecimiento casi endiablado. Era Manolito Quiroga, el hijo de don José, un comerciante de paños de Pontevedra