Los políticos rojos, soberbios y envidiosos por antonomasia, sólo son la caricatura representativa de una farsa trágica, de un engaño colectivo logrado mediante el abuso de la malevolencia. Sin invadir la justicia ni adueñarse de los encargados de ejercerla; sin utilizar las chusmas incendiarias pagadas para sus campañas de agitaciones callejeras; sin utilizar sus comisarios políticos extrayéndolos de la propia policía o del mismo pueblo delator, sin invadir las otras instituciones importantes para sus fines (ejército, educación, intelectual)