Ponía Kevin Spacey voz, en la formidable aunque envejecida The Usual Suspects (Bryan Singer, 1995), a las palabras de Baudelaire: “La mejor de las jugadas del diablo es convencernos de que no existe”. Si bien esa máxima –que, tras ser desenmascarados, bien podría dirigírsele tanto al actor como al director– pudo sostenerse décadas con ambos pies sobre la certeza, hoy se antoja superada por un nuevo truco todavía más elaborado y perverso. Un engaño que, además, precisa de la complicidad culpable del pueblo