De entre todas las anormalidades que suceden en torno a las existencias trans, la del cambio de nombre es la que mayores y más extraños mecanismos de defensa del delicado honor cisheterosexual –es decir, de las personas que no son trans– supone. Todo el mundo tiene derecho a un nombre, y arrebatárselo, sustituirlo por un número, por un pseudónimo humillante o por otro nombre impuesto, supone uno de los primeros pasos básicos de la deshumanización.