Allá por mayo de 2009, durante un descafeinado San Isidro en el que brilló el capote de Morante de la Puebla, el caprichoso azar del toreo se permitió el lujo de reescribir las páginas iniciales de su historia. Se ratificó que el toreo a pie nació en Cádiz. Así, una línea discontinua e invisible unió para siempre el mentón hundido del diestro sevillano con la tacita de plata de mediados del siglo XVII.