Estamos a nada de que sea delito decir que un señor (que parece un señor, se comporta como un señor, tiene voz de señor, pene de señor, pero se hace llamar, me lo invento, Emma) es un señor. Así que miro hoy a Canadá como miraba a Italia dos semanas antes de que nos confinaran cuando aquello del Covid: como miraría acercarse desde la mecedora del porche a un oso sabiendo que no tenemos munición en la escopeta. Y solo nos quedan tres latas de cerveza. Maldita sea.