La semana pasada, el estreno de la canción “René”, de Residente, nos unió a muchas y muchos en una especie de catarsis colectiva. Treinta millones de reproducciones en pocos días, un aluvión de emociones privadas compartidas en redes sociales, públicas de pronto por la magia de lo entendido como común. Quien no se rompió con “el concierto está lleno pero yo estoy vacío”, se vino abajo con “abuela murió, no me vio tocar en el estadio”. Y fue definitivamente unánime la lagrimilla con ese final que implora un “quiero volver a ser yo”.