Desde el siglo XV, las tribus gitanas se asentaron en Triana, entonces un arrabal separado por el río de la ciudad amurallada. Con ellos trajeron el oficio de la fragua. Los clanes herreros eran la “aristocracia” del pueblo gitano, junto a los tratantes de ganado, que dominaban la oratoria, y ambos oficios pervivieron hasta que la fundición y la mecanización del campo, en el siglo XIX, les llevó a reciclarse como artistas flamencos profesionalizados o toreros.