Nikki Silver, conocida en los círculos de porno feminista por ser la más destacada cineasta de hairy porn (o porno "peludo"), está agradablemente instalada en su despacho de San Francisco. La luz matinal se cuela a través de las vaporosas cortinas, fragmentando la habitación y haciendo que Nikki parezca como surgida de un sueño. Yo estoy en Toronto, pero los dos fumamos maría con pipa a la vez a través de Skype, y la pornógrafa feminista me explica la obra de su vida a través de ese portal mágico.