Durante la Edad Media la posesión de reliquias suponía para las iglesias, catedrales y monasterios, la afluencia de numerosos peregrinos y, por tanto, de ingresos. No era raro que los obispos, abades y otras autoridades religiosas se afanasen en conseguir la mayor cantidad posible de ellas, principalmente cuando la necesidad de dinero acuciaba para realizar obras de remodelación, o amenazaba la subsistencia de la comunidad. Algunos llegaron incluso a sustraer piezas de otros lugares, utilizando métodos ciertamente poco ortodoxos o chocantes.