La historia de la lingüística como ciencia, al igual que casi toda la historia, tiene un agujero. En las listas de nombres destacados, de figuras cuyas aportaciones se estudian y reconocen, solo parece haber hombres. Pensando, en particular, en la lingüística hispánica, llegan a los libros de texto gente como Antonio Nebrija, Menéndez Pidal o Amor Ruibal. Del otro lado del charco, el venezolano Andrés Bello da nombre a una malograda reforma ortográfica. Pero, ¿dónde están las mujeres? Sí, María Moliner. ¿Y el resto?