Llevaba un perro y haciendo la ronda por la última planta llegó un momento en el que el perro no quería seguir andando... Estaba muy inquieto, lloriqueaba no quería avanzar. El ambiente se volvió muy frío, y se comenzaron a escuchar unos susurros que daban mucho miedo, nos llamaban, nos llamaban con voz de ultratumba, susurrante, de muerte... El perro me obligó, tirando fuertemente de la correa, a que nos diéramos media vuelta y saliéramos de allí lo más rápidamente posible».