Desde muy pequeños ya te lo dejan claro. En este mundo sólo hay lugar para dos clases de personas: los ganadores y los perdedores. No hay margen para el error o el despiste; si no espabilas terminas el último de la cola, pisoteado por todos y sin remisión. En esa patria de inocencia perpetua que es la niñez resulta chocante el día menos pensado recibir a bocajarro la “dura realidad”, lo despiadado del mundo, en una especie de malévolo rito iniciático. Un escupitajo en toda la cara. “Es lo que hay”, oyes suspirar a alguien...
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