A veces, un incidente insignificante es capaz de cambiar el curso de nuestras vidas. Incluso de la historia. El de la anécdota de Newton es archifamoso. Se cuenta que, a finales del verano de 1666, el por entonces joven estudiante salió al jardín y se recostó en el tronco de un manzano. De repente, una fruta del árbol cayó a sus pies. El científico quedó ensimismado. Había observado aquel suceso cientos de veces, pero solo en ese momento se preguntó: ¿por qué los objetos siempre descienden perpendicularmente a la Tierra?
La manzana, como si de un interruptor se tratara, despertó su mente y la puso a trabajar. “Como si fuera una visión –explica Louis T. More, biógrafo del científico–, aquella observación condujo a Newton no solo a suponer la ley de la atracción entre cuerpos celestes, sino también a calcular cuál sería la ley de la fuerza que podría sostener a la Luna en su órbita.”
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