Negar que el escenario institucional del país ha cambiado es tan atrevido como no querer ver que ese cambio tiene mucho más de escenografía e ilusionismo que de profundidad. Parte del régimen ha sabido ver que la cosa estaba yendo demasiado lejos y que, de momento, la fuerza social de la izquierda ya llevaba suficiente miedo en el cuerpo con las demostraciones de fuerza del otoño rojigualdo. El objetivo es el mismo, reducir la disensión a los límites tolerables de los años noventa y dos mil, pero con unas maneras mucho más amables.
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