El punto ciego

La ciencia es la religión de nuestro días. No nos exige fe pero nos presenta un método que algunos parecen considerar infalible para aproximarnos al conocimiento. El problema es que no lo es. El método científico tiene sus limitaciones. O las tiene el objeto de estudio, o si se quiere se encuentran en nuestra capacidad para abordarlo. Probablemente las tres a la vez. Pero al final lo cierto es que esos límites existen.


No es sólo que siempre pueda existir una potencial variable oculta (Bell será refutado del mismo modo que él refutó a Von Newman) es que en muchas disciplinas hay una constancia concreta de tal incógnita y se rehúsa darle valor alguno.


Como si la razón pudiera conformarse aceptando que en el punto ciego de nuestra visión no hay nada. En el menor de los casos sí hay algo, un punto ciego. Pero no, el mundo no termina en el horizonte. Y está bien afirmar que no sabemos que hay más allá. Lo que no es razonable en absoluto es negarnos a sopesar la magnitud de nuestra ignorancia.


La ciencia moderna encierra una horrible impostura, y es que sólo nos habla de las cosas que sabe. Existe por lo tanto una terrible omisión, y es todo lo que no. La ciencia debe ser en todo momento consciente de su propio paradigma, de sus ineludibles limitaciones, de su estado de perpetua construcción. Es lo único que diferencia al axioma del dogma.


Además, requiere sabiduría para interpretarse, como una pieza musical. Una composición no es sólo una sucesión de notas. Ni la ciencia es un conjunto de hechos. La interrelación entre esos elementos es la esencia del conjunto.


Si algo nos demuestra este siglo es que el valor no está tanto en la información en sí misma como en su estructura. De nada sirve tener la mejor biblioteca del mundo a disposición si uno sencillamente no sabe qué leer. El problema siempre fueron las preguntas.


¿Gödel refuta a Hilbert o lo confirma? Peor que ignorar una incógnita es valorarla con signo opuesto. Y eso sucede porque falta información, falta contexto, falta perspectiva. Sabiduría.


Mucho se halaga al leer pero nadie habla de pensar. Y eso se puede resumir en una palabra: obedecer. “Hay que leer mucho” que ya nos lo han dado todo pensado. El problema es que de tal principio es imposible extraer progreso alguno.


Se recita el padre nuestro, no se discute sobre el sexo de los ángeles. Al menos para el común de los mortales, para los muchos doctores que tiene la iglesia encerrados en sus cónclaves se conceden ciertas licencias, pero no es extraño verse escorado si uno da la más mínima señal de duda sobre la santísima trinidad.


El conocimiento es peligroso. Nunca hubo otro arma. Ni mejor asesino que un médico. Porque ciencia, sí, pero ¿para qué? Tal vez el mayor conocimiento sea conocer la función del conocimiento. Y no parece que el método pueda sernos de gran ayuda ahí. Al final tenemos un método que en última instancia no sabemos para qué sirve. Seguimos abocados a especular, seguimos en el mismo lugar de siempre. Al final, sólo tenemos fe.