Quien me conoce un poco sabe que soy comunista. Así que, ante una dictadura fascista o nazi, seguramente sólo pudiera intentar escoger el vagón de tren que me lleva al campo de concentración.
No obstante, intento analizar los datos con la mayor objetividad posible. La expresión que da título al artículo, esa “conspiración judeo-masónica”, suele ser objeto de sorna desde la izquierda, sin duda por su fuente: Franco, el responsable de una sublevación militar y una dictadura de 40 años, entre muchos otros crímenes.
Nada de eso se halla bajo discusión, lo que no cabe pasar por alto es que, desde ciertas posiciones, el acceso a la información permite configurar una visión mucho más precisa del mundo. Y la verdad es la verdad, la diga Agamenón o la diga su porquero.
El hecho es que la masonería, así como otras sociedades secretas, (éstas últimas prohibidas por la constitución en este país, por algo será) han sido a lo largo de la historia una herramienta imprescindible para acceder al poder y ejercerlo.
Sin embargo una herramienta, por definición, no es una finalidad última. El control de esas diversas redes de sociedades secretas se remonta a mucho antes que los tiempos de las cruzadas, en las que los templarios terminaron por desvalijar el templo de Salomón para su propio interés personal.
Porque al final, tal como se ha estructurado la civilización de hoy, es el dinero el que termina por imponer su voluntad. Y desde luego ha sido, y seguramente sigue siendo, una batalla atroz. De hecho los templarios fueron perseguidos por la iglesia, su gran maestre quemado en la hoguera en un capítulo bastante bien conocido, con maldición incluida, y un sinfín de despropósitos más.
También es conocido el papel de la banca judía, basta con conocer el relato de Shakespeare en El mercader de Venecia. Más conocido aún es el episodio de la última gran guerra que según el relato legado se cebó especialmente con la población judía. Claro que, proviniendo tal relato de los que se consideran liberadores de Europa, obviando por completo el papel que la URSS tuvo en ello y habiendo sido quien realmente se plantó en Berlín, no se pueden descuidar los posibles sesgos de tal relato.
Más teniendo en cuenta que algunos lugares está prohibida la investigación sobre aquellos acontecimientos. Sin duda hay que mirar donde está prohibido mirar. Por supuesto es terreno abonado para “nostálgicos” del fascismo y el nazismo, pero aún con todo no parece justificar las acusaciones automáticas de antisemitismo y negacionismo del holocausto.
Sobre todo porque esas acusaciones se suelen producir incluso antes de presentar las conclusiones de la investigación y van emparejadas a la voluntad investigadora en sí. Desde luego no es mi intención tratar de negar el sufrimiento infligido a nadie. Más aún, es determinar los mecanismos, causas y responsable últimos. Entender qué y por qué sucedió, precisamente para que no vuelva a repetirse. Y ése es a mi juicio el mayor respeto y compromiso con la elusión del sufrimiento, propio o ajeno, que pueda existir.
Y después de esta necesaria pérdida de tiempo justificándome podemos pasar a lo que realmente se ha de decir. Hablemos del judaísmo. He mencionado que soy comunista, marxista de hecho. Yo creo que muchos saben que Marx era judío. Como Freud, Einstein y una larga retahíla entre las más brillantes mentes que ha dado la humanidad. El propio Jesús, de Nazaret, si es que aún podemos aceptar su existencia antes de que reescriban por completo la historia a su conveniencia, era también judío. Y fue hecho crucificar por sus semejantes, según lo relatado en lo que se conoce como Nuevo testamento.
Spinoza es otro buen ejemplo de un judío rechazado por su propia comunidad por sus ideas. Una comunidad que se autodefine como perseguida, y qué duda cabe que lo fue en tiempos. También de este país fueron expulsados en algún momento.
Y es curioso porque, tratándose de una confesión más que de una etnia, aunque a su juicio la condición se transfiere a través de la madre (lo que transmita el padre más difícil de controlar es), no parece que las causas tengan una raíz xenófoba.
Un judío y un “gentil”, según en tiempos definieron al resto, pueden no diferenciarse de forma significativa a simple vista, con lo cual es difícil justificar esa persecución en base a la “otredad” en las que suele encontrar sus raíces el racismo.
Sin embargo, el tipo de prácticas que han dado lugar a la banca moderna y que en tiempos se conocieron como usura, censurada en su momento por la iglesia católica y aún hoy por el islam (eso explica un par de cosas), y que de alguna manera Shakespeare plasmó en la ya mencionada obra, pueden constituir un motivo de peso.
De hecho es conocido que los templarios, que empezaron las cruzadas montando dos hombres el mismo caballo, según su propia iconografía, acabaron por ser acreedores incluso de las monarquías europeas. Podrían mencionarse otros aspectos, pero prefiero avanzar con las cuestiones más fundamentales. Y el dinero es desde luego una de ellas, veremos que el judaísmo en sí es una cuestión mucho más secundaria.
Es con el dinero con lo que se ejerce el control y se despliegan la redes de sociedades secretas que funcionan como correa de transmisión del poder. No se presenta así, por su puesto, si no como una forma de solidaridad entre afines y sensibilidades semejantes.
La realidad es muy distinta, son los peones que se sacrifican en una partida de ajedrez. Actualmente existen suficientes elementos contrastados para afirmar que el conflicto que conocemos como segunda guerra mundial, y en el la sociedad Thule tuvo un papel relevante, respondía a un solo objetivo: la fundación del estado de Israel.
Buen indicio de ello es la conocida como declaración Balfour, ministro de exteriores británico, que notificaba a un tal Rothchild el beneplácito de la corona inglesa para asentarse en las tierras de lo que en tiempos fuera en antiguo Israel, fechada en 1917. Lo que faltaba era justificarlo ante el mundo, siendo el holocausto, muy real, demasiado real, dolorosamente real, el pretexto perfecto.
El sanedrín, podríamos decir, esa cierta élite, nunca tuvo ambages en sacrificar a los “suyos”. Por una causa mayor, por supuesto. Luego, no es una cuestión de ser judío o no. Es una cuestión de poder.
Volviendo a los templarios, es harto conocida su animadversión hacia la iglesia, y sin duda no carecen de motivos para ello. Eso explica en gran medida como en las sociedades, vamos a decir más desarrolladas, el discurso contra la religión es sinónimo de modernidad y progreso.
Hasta el punto de que el tan razonable “no matarás” parece haber quedado relegado al más absoluto ridículo. Y el pecado, fuente de todo mal, como una suerte de lujo carismático. De ahí la importancia de controlar el discurso cultural. Y desde luego la iglesia tiene tanto de la miseria humana, si no más, como cualquier otra organización.
Lo que podría sorprender es que, aún siendo la masonería enemiga mortal de la religión, a la postre se haya controlada por una suerte de cábala que sigue muy adherida al antiguo testamento.
No es para menos, teniendo en cuenta que es a través de la viejas escrituras y de las cruzadas como hallaron su mayor ventaja competitiva.
Algunos se refieren a sí mismos como “el pueblo elegido por dios”. Incluso el cine se ha encargado de contarnos la historia del “arca de la alianza”. La alianza entre dios y “el pueblo de Israel”. Aunque lo cierto es que no conozco los detalles.
La triste realidad de la especie humana es que nadie que halle una mina de oro va a exclamarlo a los cuatro vientos. Tratará en todo caso de quitarle hierro al asunto de cualquier manera posible, lo tildará de fantasías y tachará de loco a cualquiera que señale lo contrario y pueda poner en peligro su… tesoro. Eso, en el mejor de los casos.
No hay muchas cosas más denigrantes que ser tildado de bobo, de crédulo, de ver fantasmas. Aunque lo cierto es que es mucho mejor ver fantasmas que no existen que no verlos si existieran.
Así que vamos a dar por buena por un momento la historia del Antiguo testamento, vamos a hacer como que nos lo creemos, que realmente son “el pueblo elegido” e hicieron algún tipo de trato con el tal Yavhé o Jehová, o quien sea. Con dios, según ellos. Pero, ¿qué dios?
Bueno, antes de continuar supongo que se hace imperativa una reflexión teológica express para dummies. Tal vez al final incluso acabemos comprendiendo algo acerca de nuestros orígenes y sobre nuestro futuro. Incluso podríamos llegar a darnos cuenta de qué es lo que está pasando: