Hace alrededor de 385 millones de años ciertos animales acuáticos decidieron que cambiar aletas por cuatro patas era un buen negocio en la avanzada hacia tierra firme. A algunos les alcanzó para patas que solo oficiaban de remos, otros conquistaron el sueño de los dedos propios. La necesidad vital de respirar de manera sostenida fuera del agua fue abonada también por algunos en cómodas cuotas evolutivas. ¿Pero tanto esfuerzo y gasto energético auguraban retornos? ¿O aquellos aventureros no eran más que irresponsables apostadores?
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