Los árboles eran un elemento sagrado para los celtas de la Península Ibérica al igual que para el resto de celtas europeos y también para otras culturas como la nórdica, la griega o la romana. El árbol, alzando al cielo sus ramas y hundiendo en el suelo sus raíces, muestra una conexión entre mundos que sin duda debió ser apreciada por los celtibéricos al ver un reflejo de su concepción cosmológica.
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