Siempre que uno lleva prisa parece que le tocan todos los semáforos en rojo. Es un axioma propio de las Leyes de Murphy, pero con el que todos los conductores, especialmente aquellos que suelen moverse en ciudad, se sentirán más o menos identificados. Especialmente frustrante es pararse en el semáforo cuando resulta que no vienen ni coches ni peatones del otro lado, pero obviamente tenemos que respetar la señal por seguridad
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