La industria del tomate es igual que la de la gasolina: en ambas existen distintos procedimientos de refinado. Diferentes calidades cuyos criterios de concentración, color, viscosidad y homogeneidad varían muchísimo. Su consumo (tan globalizado como el fútbol) oculta, según la investigación del periodista francés Jean Baptiste Malet, una mano de obra semiesclava, un mercado ultracompetitivo de productos concentrados liderado por China, empresarios italianos que funcionan como un cártel y un cliente que muchas veces es engañado.