Tras haber analizado estos documentos, este investigador queda sorprendido al ver que las magnitudes de las represiones, las cuales nosotros “conocemos” gracias a los medios de comunicación, no solamente no tienen nada que ver con realidad, sino que además están infladas decenas de veces. En esta situación el historiador queda con un doloroso dilema: su ética profesional le exige publicar los datos encontrados, pero por otro lado, hay que tener cuidado para que no le tachen de “defensor de Stalin”.