Existe un momento de felicidad inigualable, éxtasis elevado, inconsciencia adolescente, al poner asfalto, turbinas o raíles rumbo a un festival de verano. Repasas furtivamente el calendario de los grupos, planchas a última hora las tres camisetas seleccionadas que nada más posar sobre la mochila se arrugarán –eres consciente pero lo intentas–, recibes la llamada de rigor de tu madre –¿Pero llevas crema? Que sea pantalla total. Y after sun. Ay hijo, ¿Eso no será peligroso?– , y te vas.