El 11 de febrero de 1985, la estación espacial Salyut-7, la joya de la corona de la cosmonáutica soviética, cesó súbitamente las comunicaciones con su centro de control de misiones. De repente, el silencio. La estación llevaba cuatro meses orbitando en piloto automático a la espera de la llegada de una nueva tripulación, así que, sin posibilidad de saber qué había provocado exactamente el apagón, en cuanto la señal de la Salyut se apagó, en los despachos del Kremlin cundió la paranoia antiamericana como el herpes zóster.
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