En el Boston de principios del siglo XX vivió un tipo al que no se le puede negar que tenía una tenacidad a prueba de bombas. Lástima que ese tesón no se hubiera cultivado sobre una sólida base de conocimiento, se hubiera ahorrado un gran fiasco. Se trataba de Garabed T. K. Giragossian, un armenio que había emigrado a los Estados Unidos allá por 1891. No fue alguien relevante hasta que en 1917 apareció en los periódicos norteamericanos afirmando haber encontrado una solución increíble al problema de la energía para mover máquinas.
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