En 1879 en un pueblecito del sureste de Francia llamado Châteauneuf-de-Galaure un cartero iniciaba la construcción de un palacio fantástico, que tardó 33 años en terminar y que hoy lleva su nombre, Palais Cheval. Unos 15 años más tarde, en el otro extremo del país en la costa de Bretaña, un sacerdote conocido como el padre Fouré comenzaba la creación de un igualmente fantástico conjunto de esculturas a la orilla del mar, que le valieron el apodo de el Cheval bretón.
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