El 1 de septiembre de 1985, las cámaras del vehículo submarino Argo captaron lo que parecían ser restos de un navío. Poco después, en las pantallas de ordenador seis mil metros por encima, en la superficie, el diseñador del ingenio sumergible distinguía lo que parecía ser una caldera y, unos minutos más tarde, el casco del más famoso de los navíos que jamás haya surcado los mares, aunque hubiese sido sólo durante cuatro días: el Titanic.
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