A Nikita, una delincuente juzgada y condenada por asesinar a un policía, el Gobierno la convirtió en una auténtica máquina de matar. Más allá de su destreza física, la protagonista de la conocida película del mismo nombre (Luc Besson, 1990) tenía una cualidad y carecía de otra: ignoraba lo que era el miedo y le faltaba prudencia. Si los experimentos que publican este miércoles en Natureinvestigadores de la Universidad de Stanford pudieran replicarse en humanos, el filme cambiaría.
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