En 1865, Fermina Orduña registró a su nombre los derechos sobre un peculiar carruaje para vender leche de burra, vaca y cabra. Una especie de servicio de reparto a domicilio que obtuvo lo que entonces se llamaba privilegio industrial, es decir, la primera patente concedida a una mujer española. Detrás fueron otras pioneras con tesón y creatividad de sobra para inventar chimeneas portátiles, dactílagos o lavadoras primitivas en un mundo dominado por los hombres.
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