Hasta los primeros años del siglo XX, en los mejores bares de Estados Unidos los clientes que pedían el aperitivo encontraban gratis en la barra un cuenco con caviar, junto a los de almendras tostadas y patatas fritas. Hasta ese momento, de hecho, el caviar era una especie de rareza rusa: sólo allí la pasión por este alimento refinado y valioso era generalizada, y por él se desvivían el zar y el hombre de la calle, el rico y el desheredado.
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