En 1977, el filipino Kidlat Tahimik rodó un ensayo documental en el que contaba cómo su fascinación por Occidente se hacía pedazos al emigrar a Francia para trabajar reponiendo máquinas expendedoras de chicles. Fue una de las primeras veces en que Occidente era retratado desde el tercer mundo y, al mismo tiempo, con cierto rechazo a los injertos culturales y una reivindicación de lo propio en un mundo que empezaba ya a globalizarse.
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