Después de casi siglo y medio de la presentación de la Teoría de la Evolución, millones de fundamentalistas cristianos estadounidenses llevan a sus hijos a recibir, en un ambiente festivo, el único y verdadero conocimiento: esa incuestionable revelación de que vivimos en un miniuniverso de cartón piedra conformado por un puñado de planetas, una bóveda de puntos de luz casi pintado a mano y poco más, una creación inventada por una mente enferma capaz de exterminar a humanos, animales y plantas cuando no se le honra adecuadamente.
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