Destiny, lo que los medios se han atrevido a difundir –porque así se lo han dicho sus creadores– como el producto cultural más caro de la Historia hasta la fecha, en una estrategia comercial deshonesta, no es otra cosa –aparte de un eufemismo sin precedentes– que la muestra interactiva de que cuando un grupo de ejecutivos, a los que no les gustan ni les interesan los videojuegos, se dan cuenta del negocio que suponen –dan más beneficios que las industria del cine y la música juntas– e insertan sus millones, las producciones empiezan a ir...
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