El Enemigo del Arte Contemporáneo, en expresión del escritor argentino César Aira [1], manifiesta con frecuencia su inquina hacia una porción considerable del arte de nuestros coetáneos. Sin entrar en otros aspectos, sino solo en lo que se refiere al resultado de la creación artística, el origen de este rechazo probablemente se encuentre en la pretensión de juzgarlo con criterios válidos para el arte “tradicional”, incansable en la búsqueda de la belleza de acuerdo a ciertos modelos estéticos más o menos cambiantes a lo largo de la historia.
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