El ruego más insistente del marqués de Sade a su mujer Renée mientras estuvo en la cárcel fue que le consiguiera consoladores anales. Los llamaba «estuches» para guardar unos supuestos grabados que había hecho en prisión, y «tabaqueras» para el rapé. Un eufemismo con que librarse de la supervisión que las autoridades de la cárcel hacían de su correspondencia. Debían estar hechos, especificaba, con las maderas más suaves, palo de rosa o ébano.
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