Para conseguirlo, el cristal interactúa con la lluvia y el viento, dos elementos habituales en la ciudad en la que vivo, con una capa exterior que contiene nanogeneradores que capturan la carga eléctrica positiva contenida en las gotas de lluvia, que la obtienen por la fricción con el aire en su caída desde las nubes, mientras que una segunda capa contendría dos finas laminas de plástico separados por minúsculos muelles que, por efecto de la presión producida por el viento sobre el cristal, se tocarían entre si, produciendo corriente eléctrica.
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