Se salvó dos veces de la pena de muerte y al final acabó ahorcándose en la cárcel, atormentada por los crímenes y las pulsiones necrófilas. Ilse Koch era distinta: disfrutaba implicándose hasta en los más nimios detalles del día a día de Buchenwald, sobre todo en los que tenían que ver con torturar, humillar y matar. La mayoría de ellos eran ejecutados y sus cuerpos llevados al quirófano, donde se les extraía la piel, que era utilizada para elaborar objetos como fundas de libros, guantes o pantallas de lámparas.
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