En 1975, el historiador Jan Morris planteaba en The New York Times una idea por aquel entonces radical: hundir Venecia en el fondo del océano. Morris se servía de tan bárbara propuesta para reflexionar sobre la transformación de la ciudad, antaño un centro de poder político y económico y por aquel entonces encaminada ya hacia un mero reclamo turístico, un museo, una oda a la belleza. Venecia no tenía remedio. No podía salvarse. Era mejor dejar que se hundiera. Cuarenta y cinco años después, alguien le apoya.
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