Honor Frost fue una mujer polivalente, hizo un poco de todo durante su larga vida, estudió artes, fue escenógrafa en una compañía de ballet y editora en la Tate Britain, pero lo más relevante y que mayor legado nos dejó, llegó a ella de forma accidental: el amor por el buceo y su aplicación a la arqueología, que descubrió tras sumergirse en el pozo del jardín de un amigo y quedar maravillada por la sensación de moverse bajo el agua y, en particular, por la visión de las hojas moviéndose a su alrededor.
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